La casa de la portera tiene la extraña y fascinante cualidad de mimetizarse con todos los montajes que alberga. Es decir, el espacio consigue fundirse con la acción de forma sorprendente, porque sin alterar nada de su abigarrada decoración, siempre parece que es el único espacio posible para la obra que estás viendo. Esto ocurre, redoblado si cabe, con La vida en blanco, el magnético y turbador monólogo escrito y dirigido por José Manuel Carrasco e interpretado con precisión de entomólogo por Ana Rayo. Digo precisión de entomólogo porque es una pieza hecha con cosas pequeñas, con gestos livianos, con ruidos apenas audibles, con palabras del montón que –ahí está la maestría del autor- se juntan deslizándose como una pluma sobre un manto de seda.

La vida en blanco

Los veintipico asistentes a este ritual de la nada se sientan y callan sus voces cuando baja la luz. Al fondo se intuye una puerta abriéndose, con un chirriar añejo que uno no sabe si está oyendo o imaginando. A veces parece que lo que sucede es como una película que se hace corpórea. La entrada de Ana Rayo, ya embutida en María Fuentes, el personaje al que da vida (¡y cómo!), con toda su energía y su cuerpo, su taconeo y su comisura hacia abajo, ya te pone en un lugar concreto para “recepcionar” lo que la obra “emite”. El milagro de la comunicación teatral se establece desde el primer segundo. Ana Rayo rezuma patetismo y ternura a partes iguales, es la viva estampa de la tragicomedia.

El texto arranca hablando de educación, de aquella educación religiosa que más bien era un destrozo mental y moral. Al fondo del parlamento, en las cloacas del texto, se esconde, roída y acartonada, aquella pregunta… ¿qué quieres ser mayor? O mejor, en pasado: ¿qué quisiste ser de mayor? Abrigados por la resignación para evitar el frío de la frustración, nos respondemos sabiendo que no somos lo que quisimos ser… o sí, y que nos equivocamos. Porque, ¿realmente elegimos lo que terminamos siendo? Sí, La vida en blanco comienza con este halo de desesperanza, pero el viaje va de la oscuridad a la luz… y no digo más.

María Fuentes es hija de una madre infeliz y de un padre solitario arrepentido de casarse y tener hijos. ¿Qué se puede esperar de esa simiente? ¿Cuántos seres grises e invisibles, hijos no del deseo, sino de la costumbre, pululan todavía en torno a nosotros, en las mismas calles y en las mismas tiendas que frecuentamos nosotros? Gente que se quiere tan poco a sí misma, como María Fuentes, que termina por no ser querida por nadie, porque el amor empieza con uno mismo. Ella se queda “sola como un astronauta, flotando en un blanco”. Pero no hay drama… de momento.

La vida en blanco nos invita a entrar en un momento ultra íntimo de una de esas personas en las que nunca reparamos, porque ellas mismas se invisibilizan. La actriz consigue interesarnos con sus pequeñas acciones cotidianas. Se desmaquilla y nos regala su línea de pensamiento más secreta. Nos llega a incomodar incluso, por sentirnos un tanto voyeurs de sus sentimientos más ocultos. Es como si pusiéramos la oreja en la pared para escuchar lo que hace el vecino movidos por un afán morboso. No pasa nada. Nada menos que la vida de una persona, una como nosotros, una mujer común en un mundo común, donde se sabe de la realidad por el telediario.

CARTEL NUEVO CON LOGO ligero

María Fuentes viene de una cita a ciegas. Dice que se siente vieja, ridícula y gorda. Dice que la vida es triste y dolorosa (cuánto mal nos han hecho los colegios religiosos, POR DIOS). Dice que la felicidad no existe, que hay que ser responsables y dejarse de tonterías. Dice todo esto y se palpa entre el público la incomodidad. Porque el que más o el que menos lo ha pensado así alguna vez. El que más o el que menos ha tenido episodios de tristeza y soledad en su vida. Y la tentación de quedarse ahí es muy fuerte. La tentación de la inacción es poderosa. Los psicólogos lo llaman la zona de confort por algo. La inacción y el sufrimiento. El poso de la educación católica, sustentada en la anulación de uno mismo. Vivir en blanco, en el blanco nuclear de la lana de un borrego. Suerte que María Fuentes está despertando y, con ella, quizás despierte alguno de los que la conocen, allí, sentados en su casa, en su salón cerrado que está pidiendo a gritos que se abran todas las ventanas de par en par.

Álvaro Vicente

– “La VIDA en BLANCO” de José Manuel CARRASCO.

MARTES 14 y 21 de ENERO a las 20h. 12€.

Autor y Director: Jose Manuel CARRASCO.

Monólogo protagonizado por: Ana RAYO.

Duración: 60 Minutos.

Teléfono de reservas 649397571 (de 11h a 14h y de 17h a 20h).