El ‘off’ madrileño se queda sin La Casa de la Portera
Este espacio teatral único cierra sus puertas tras tres años y casi cuatro meses
POR ISABEL VALDÉS
Así nació La Casa de la Portera, como un lugar para Ivan-OFF. Y así debía despedirse, con la función número 358. Tres años y casi cuatro meses surgidos de una idea que en un principio no duraría más de una decena de semanas. “Pero cuando estrenamos, vinieron amigos de la profesión, a la gente le gustó el proyecto y recuerdo a Carmen Mayordoma diciéndonos: ‘Pues estamos con Peceras, de Carlos Be, y yo creo que podría encajar aquí’. Y acabamos aceptando”, explica Puraenvidia. Y a pesar de que cada centímetro de la casa había sido modelado para esa primera obra, Peceras encajó. “Fue como si viésemos la casa por primera vez. Y después llegaron más (Delicia, Petra, Cenizas, Una extraña comedia…), y todas se acoplaban a la casa. Aunque también ha habido cosas que no lo hacían, pero funcionaban igualmente”, argumenta el decorador de la estética de la casa. “Es el magnetismo de este lugar”, apostilla Martret.
Lo cierto es que tiene mucho de fascinante y un algo de mágico un lugar de luces cálidas donde cada detalle, por sí mismo, podría ser una ofensa a la estética dominante del siglo XXI. Sin embargo, el hilván de la puerta acolchada, el teléfono en la pared, el papel pintado, las cabezas de ciervo, la virgen de expresión amable, los espejos, los posavasos de nácar que estructuran el mosaico del pasillo, las cuentas de cristal de las arañas… todo es un todo con un innegable vaho retro y una simbiosis chocante. “Es pura Puraenvidia”, se ríe el padre de cada detalle del que, hasta ahora, ha sido su hogar. “Pero ya no podemos seguir con la obra, 358 funciones son muchas y sin Ivan-OFF en el cartel sentimos que todo pierde un poco el sentido”.
Hablan de cerrar ciclos, de futuro a medio o largo plazo: La pensión de las pulgas, que abrieron solo unos meses después de La Casa de la Portera por el éxito de la iniciativa, también acabará cerrada. “¿En un año, en dos? No lo sabemos, pero aquello empezó con Macbeth (MBIG), y cuando ya no se pueda representar más, La Pensión tendrá que dejar de existir”, cuenta Martret. Cierran con lista de espera, con gente que les ha pedido que no lo hagan, con un asistente almeriense fiel y jubilado cuya foto de comunión viste una de las paredes de la taquilla, con no saben exactamente cuántos dramaturgos, actores y técnicos han pasado por ese suelo que emana olor al Madrid más castizo porque son “un desastre”. Cierran mientras hablan de los días que vendrán, de encontrar otro espacio para “intervenirlo”, de dejar atrás lo que tiene que quedarse atrás para que lleguen otros “algos” nuevos. Dejan la llave de ese pequeño laberinto para adentrarse en otros. Pero las despedidas, necesarias a veces, inevitables otras, duelen. Siempre.
La Casa de la Portera, por partes
José Martret y Alberto Puraenvidia han decidido montar un mercadillo con los objetos y el mobiliario de La Casa de la Portera. «Aunque no todo se venderá», avisa, nostálgico, Puraenvidia. Hay cosas de las que no pueden desprenderse.
Para aquellos que quieran llevarse a casa algo de este bajo de la calle de Abades en Madrid, el sábado la casa abrirá las puertas de 12.00 a 19.00, de forma ininterrumpida; y el domingo, de 11.00 a 15.00.
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