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Al cierre del portal en La Casa de la Portera

Una retrospectiva de tres años de trabajo y de futuro escénico

Hace tres años ahora, en 2012, se estrenaba en Madrid una obra en formato diferente a lo que teníamos por costumbre ver en aquellas fechas, al menos, de forma estable. En realidad, el teatro en casas se inventó hace muchos años, y parece que ha ido repuntando gracias a la crisis económica y, sobre todo, a los desaguisados políticos y atropellos contra la Cultura en nuestro país.

Pero, aunque no sea salirme del tema, vuelvo a lo que iba. Estábamos ante un formato distinto, porque se trataba de un espacio adecuado, rediseñado o, más bien, recreado para asimilarse al concepto que cualquiera podríamos tener para la vivienda de una portería en el Madrid antiguo de décadas pasadas.

Desde los papeles pintados, o los adornos sobre cenefas, al busto de una virgen empotrada en una gran hornacina, completaban lo más evidente, aunque todo, desde el suelo hasta el techo provocaban un ambiente retro, apenas roto por ciertos cuadros de animales antropomorfizados, o por ciertos detalles más modernistas entre lo clásico.

Si la apariencia hubiese limitado el hecho de la acción, hubiera tenido un sobresaliente en los trabajos artísticos para la arquitectura decorativa del espacio. Pero como la intención era muy distinta, aquello quedó en el “simple” envoltorio de lo que estaba por suceder. Pero Alberto Puraenvidia había creado el sustrato que permitiría lo que vino a continuación.

Todo estaba listo para el estreno de un Chéjov dirigido por José Martret, y adaptado a ser mostrado a caballo entre los tiempos del autor y el ambiente de este espacio, entre la idea de ser llevado a un teatro y la proximidad del elenco a un público compuesto por alrededor de una treintena de personas, y ubicado en sillas entorno a la acción teatral.

No, no lo llamemos “microteatro”, porque quien crea imposible desarrollar dos horas y media de teatro en ciertos espacios, está deseando imposibles. Esto era (y es) teatro, sólo que en un formato diferente. Porque trabajar en esas condiciones es muy complicado y exige al elenco una mirada diferente y un esfuerzo mayor para introducirse en el personaje, en el espacio creado y, por qué no, en la mirada del público que tiene a unos centímetros en cualquiera de los puntos cardinales.

CARTEL IVÁN-OFF PRIMER PLANO

Quiso el éxito de este Iván-Off, que otros proyectos ajenos, ajenos y propios, cercanos y lejanos, pero con denominadores comunes, que permitían continuar hasta el infinito, en programaciones dobles o triples diarias, doblando funciones o intercalando propuestas muy dispares.

Las dos habitaciones de La Casa de la Portera habían generado un espacio y un estilo diferentes, pero habían hecho mucho más, aunque apenas acabaran de comenzar, y con el tiempo, en la calle, sería, sencillamente, “La Portera”.

Un debate para pensar en regeneración

Quien piense que todos los espacios teatrales pueden convertirse en La Portera, no vive la realidad del teatro, de la misma manera que aquellos que puedan pensar que el teatro debe estar en los escenarios, no siente el hecho de la ruptura que provocan las Artes. Nuestra sociedad vive entre lo clásico y lo contemporáneo, por llamar de alguna manera a lo que está por venir, que ya ni es contemporáneo ni se encasilla en movimiento artístico de libro.

El primer debate que se podría haber generado sería el “¿dónde estamos?”, porque resulta que habitamos espacios, formatos e ideas nuevas, sin conocer las intenciones de quienes las provocan. En realidad sería más un debate de “etiquetado” que un debate de fondo, en el que habría que escarbar para encontrar las trazas de intención entre quienes realmente las tienen, diferenciándolas de lo que cae del cielo y sube directo a la fama. El debate de fondo queda pendiente, pero la marcha cotidiana parece detener cada día lo importante en pos de lo urgente, que (con o sin acierto) ya está varios pasos más allá.

Ahora me parece que en este caso se evidencian intenciones primigenias, así como las que luego derivaron de aquellas otras. Quiero decir que, por una parte, la necesidad de poner en práctica un formato no rodado hasta el momento, obligaba al esfuerzo de un planteamiento diferente, con un esfuerzo que podría haber quedado en uno o dos meses de rodaje, despedida y cierre. Y hay que reconocer ahí el riesgo de un montaje con un tremendo elenco (por el que han pasado Raúl Tejón, David González, Sabrina Praga, María Salama, Javier Delgado, Roberto Correcher, Iván Villanueva, Carmen Navarro, Rocío Calvo, Germán Torres, Cristina Alarcón, Maribel Luís), ensayos, preparación, adaptación… todo ello sin contar con el diseño y creación del espacio.

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Por otra parte, la irrupción en el panorama de los espacios teatrales de Madrid, provocaba otros debates. Y es que una cosa es abrir un espacio para poder estrenar o experimentar formatos diferentes, y otra muy distinta es ocupar un lugar (además preeminente) en el teatro de la ciudad, sin ser reconocido “oficialmente” en ninguna parte.

Arrojar opiniones en forma de “culpas” a uno u otro lado no conduce a nada, porque caeríamos en el debate intencionado de los recortes económicos y sociales desde el poder hacia la Cultura. Ahora bien, pasar por alto que se crearon espacios de malestar frente al hecho en sí de un “éxito”, sería completamente erróneo.

Sin pelos en la lengua: la situación planteada por un modelo asociativo que no se somete a los controles de un espacio escénico de carácter empresarial, abre la puerta a una lucha que no debiera haber tenido lugar. Y bien es cierto que en un momento en que los impuestos han desgarrado el tejido de la Cultura en nuestro país, sometiendo a través de los espacios de creación a sus profesionales a la ruina perpetua en muchos casos, o al abandono directo en otros (cuando no a llevar años de subsistencia para no tirar la toalla), para algunas personas supuso una especie de “afrenta” observar de qué manera se llenaba día tras día el espacio de La Portera. No porque sus entradas fueran de precio reducido, sino porque lo innovador de la propuesta y sus formatos se corrió rápidamente entre la gente de Madrid y de fuera. Yo mismo he presenciado la lucha encarnizada de extranjer@s para conseguir entrar porque no contaban con reservas y era su único día en Madrid.

No es menos cierto que un espacio así nunca hubiera podido existir con los beneplácitos de la supervisión administrativa, lo cual significa que, aun habiendo tratado de legalizar la experiencia artística, habrían recibido el mismo portazo (o mayor) que lugares “adecuados” según “normativa” para el público.

¿Dónde encajar inquietudes, formatos y espacios?

Haré un pequeño alto en esta cuestión, porque merece la pena que pensemos en qué tipo de realidad deseamos vivir.

Pongamos que el Arte se expresa para mostrar una realidad diversa a la establecida por lo habitual y la rutina o, realmente, va mucho más allá. Leo un texto de Jesús Eguía en el que entrevista a Ángel Berenguer (catedrático de teatro de la Universidad de Alcalá de Henares), al que pregunta qué es el Arte: “El arte es un artefacto producido por la tensión entre el yo y el entorno que le rodea e impone un marco de actuación. El individuo tomando partido frente a ese entorno”, responde el profesor, que más adelante concluye al respecto de Arte y libertad “la necesidad de libertad en el hombre es una imposición biológica”.

Nada más acertado para que cada cual se ubique y pueda posicionarse con respecto al Norte oficial. Y después de esto me pregunto ¿y si hubiese que ir al teatro como mínimo con galas de chaqué y abrigo de visón? O, igualmente, ¿si para ver teatro tuviéramos que salir de cada pueblo o ciudad porque los cómicos tienen vetado el acceso?

Vamos a ver, resulta que parece bien que la música, la danza y el circo tengan que buscarse la vida en las plazas, pero el teatro necesita una sala con butacas… No, este es un diálogo superado hace años en la sociedad y dentro del propio teatro. Ahora bien, las Administraciones Públicas se encuentran a años luz de otros modelos, así que optan por desentenderse o por barrer con el peso de la fuerza de orden público, edictos y actos judiciales, aquello que no es más que una realidad social. Y de no ser así ¿estaríamos en condiciones de aceptar otros nuevos modelos y de establecer acuerdos de convivencia?

Al fin y al cabo, nos hemos habituado a que la Administración (las Administraciones) sea ajena a cualquier iniciativa, y que evite innovar para no equivocarse: ese es el modelo político de gestión que se ha potenciado en el mundo. Tal vez por eso hoy día se permite que enfermen y mueran cientos de millones de personas en el mundo sin erradicar males sencillos y baratos. O tal vez sea porque es más fácil enfrentarse a la lejana muerte en países que han asumido su condena, que al poder económico que quiere vender a costa de lo que sea. ¿Traspasaremos modelos a cualquier sitio? Pues hoy por hoy parece que sí.

2 BIS

Pensar los espacios escénicos y sus posibles modelos

Entre la pobre comodidad de un lugar único y anquilosado, y el riesgo de los modelos diferentes, caben tantas infinitas realidades como en la paradoja de Zenón sobre Aquiles y la tortuga, así que nunca seremos capaces de alcanzar la realidad de la innovación. Aparte del debate filosófico que plantea el modelo matemático (acaso más aplicable en este caso que en el de Zenón), y al que no pretendo llegar aquí, lo que ocurre es que a veces no hay ni siquiera posibilidad de comenzar la carrera, así que la tortuga llegará a la meta sin necesidad de establecer modelos.

Pero cuando se plantea la situación, hay que ser conscientes de cómo los espacios hoy existentes son soporte a la experimentación, y de qué manera su riesgo y su pelea diaria, permiten que haya posibilidad de experimentar. Y este es otro importante punto para el debate en cualquier entorno. Porque nadie dice que ese soporte lo haya requerido alguien, pero sin su uso, hoy día no serían concebibles los actuales formatos de Artes Escénicas, ni el desarrollo profesional alcanzado en nuestro país. Así que, habrá que hablar de todo.

Negar que en Madrid hay cientos de espacios teatrales que no cumplen con un mínimo de condiciones, es cerrar los ojos a lo que se mueve en nuestro entorno. Leo hace un rato a una actriz que se pregunta “¿hasta dónde estamos dispuestos a tragar?”. Y claro, es que 200€ por una animación de 8 horas durante tres días, no llega ni al límite de la denominación de vergüenza, y es un panorama generalizado de caída libre sin red.

La justificación es casi siempre la misma: eso no existe, luego no está en el convenio. En fin, una mala broma.

Lo que viene a demostrar la experiencia del fenómeno de La Portera, es que puede haber espacios dignos para establecer ciertos formatos y para innovar hacia el público, sin necesidad de utilizar recursos excesivos. O, visto de otra forma: distintos lugares para diferentes propuestas.

En abstracto y sobre el papel, todo suena bien. Luego llegan las realidades, las necesidades y las previsiones de resultados, que no suelen cuadrar con lo deseable o con lo deseado, pero que, sin duda, merece la pena prestarles un momento de atención.

Quiénes, donde, hacia donde y con quiénes

Son magnífic@s l@s profesionales de las Artes Escénicas de nuestro país que cada día luchan por crear un elemento cultural que sea compatible con su manera de ganarse el sustento. Esto, y la inquietud que les mueve, pocas veces es comprendido socialmente, y casi nunca compartido políticamente, a raíz de lo cual hemos envejecido como población en nuestro sur europeo, mientras en el norte se nutren de lo que criamos, generamos y cosechamos aquí. La Cultura y las Artes son bienes comunes que deben promocionarse y compartirse, primero porque como decía Berenguer (antes citado), de su planteamiento se deriva que el avance de la sociedad es fruto de las inquietudes humanas, y esas son germen de la creatividad; y segundo porque un pueblo que no respeta lo que nace de forma más espontánea y natural de sus raíces, está condenado a su propia extinción. Y es que, en realidad, si no escuchamos cada cual lo que tiene que decir el otro, o cómo ve su alrededor, el diálogo ha terminado, la comunicación ha muerto.

Igual que las Administraciones debieran caminar de la mano con quienes representa o administra, la Cultura, al margen del proceso creativo y de la líneas de creación, deben tener la capacidad de establecer una comunicación con aquellas personas o colectivos con quienes desee conectar, estableciendo los puentes que permitan que aquellos puedan acceder al resultado de su proceso. La cuestión es que debe quedar claro que no es el producto el que tiene que cambiar, ni los lenguajes tienen que modificarse para que resulte diferente un propósito, sino que hay que dar acceso posible a todos los resultados viables. Quiero decir que, si hay propuestas que se elaboran en un formato y son capaces de llegar a mover el tejido cultural y ciudadano, poner verjas al campo es absurdo.

Y en este sentido, si todos los interesados convergen en el interés común (y no me refiero estrictamente al económico, que también), habrá posibilidad de entendimiento, siempre y cuando se marquen las formas de respeto entre la supervivencia de cada cual. Y ¿por qué no se va a permitir que haya espacios de pequeño formato respetuosos con artistas y público? O bien, ¿qué motivo encontramos para destruir un proceso de trabajo que lleva un cuarto de siglo abriendo camino? Sería como negar que el teatro más convencional tiene una larga vida, o que las salas alternativas no han contribuido a la supervivencia de unos y otros espacios.

Por eso afirmo que es preciso caminar a la vez, de acuerdo en proteger las Artes, en este caso las Escénicas, y a veces será en una amalgama, otras será en paralelo, y otras en diferentes tiempos, pero siempre hacia el infinito, que es el límite de la imaginación de cada creador/a.

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Y los límites…

Un problema que se plantea, y que creo que es el debate que se ha abierto hace pocos años, es precisamente si el ejercicio de ciertas propuestas, supone un abuso sobre el trabajo de otros sistemas, e incluso sobre todo el ámbito de la Cultura. Probablemente sea así, en ocasiones.

Cuando abrió La Casa de la Portera, dudo absolutamente que tuviera nada que ver con el aprovechamiento y explotación de l@s profesionales, ni mucho menos con una competencia desleal hacia otros espacios. Antes bien, trataba de mostrar, ya que quienes por allí han pasado son clar@s profesionales del teatro y la danza, que continúan su carrera en diversos espacios de otros diversos tipos, sin buscar merma alguna en ellos.

Sin embargo, la realidad de la existencia y pervivencia (más que del espacio), de lo que vengo llamando el fenómeno de La Portera, desmonta toda posibilidad de crítica feroz, porque el público escogió un formato que iba a vivir durante un tiempo, como en otras ocasiones escoge otros. Ciertamente, la calidad de la mayor parte de los espectáculos que han pasado por allí, ofrecen una buena selección de lo que es posible llevar a cabo de esa manera, aunque también el propio espacio y lo reducido del aforo, suelen jugar a favor del resultado, por más que requiera esfuerzos adicionales.

Si lo que se está planteando es en el plano económico y/o de garantías de un producto para el público, la cuestión es completamente comprensible, y en esos términos, creo que deberían moverse en niveles equiparables. Que no iguales. De la misma manera que no comprendo que los espacios de los grandes teatros puedan ser considerados “Salas Pequeñas” o de pequeño formato, y puedo considerar que se han cometido abusos ante o por parte de las Administraciones a veces, no creo que se pueda equiparar el nivel de requisitos para un espacio de ese tipo, con el de una sala grande, mediana o pequeña.

¿Eximente de todo? Pues no, creo que cualquier negocio debe tener un gravamen económico que contribuya a la sociedad, como tod@s lo hacemos, así como un nivel de garantías que cualifique ante un entorno imparcial que pueda amparar a l@s ciudadan@s (en este caso, las Administraciones).

Estoy convencido de que la famosa y olvidada huelga del ’75, de las Artes Escénicas, no sólo fue un hito para el recuerdo de l@s mayores, ni algo para transmitir como narración oral de la tribu. Fue algo que puso en pie a todo el mundo, y que logró el primer acuerdo para sus trabajador@s, con derechos de todo tipo que hasta entonces no existían. Si queda obsoleto: pues sus trabajador@s deben moverlo, y su representación sindical ir de la mano. Estas cosas se han dejado, se han olvidado, a cambio de tener algo que comer, y un mínimo de profesión, porque en este país se explota y se esclaviza de maneras muy sutiles, y eso es lo que ha ocurrido con ámbitos tan amplios como el de la Cultura,… y como tantos otros.

La renuncia progresiva a los derechos no han mejorado nada, sólo han convertido en erial algo que debiera ser un campo de ricas productos culturales. Pero mientras unos pocos se llevan los pocos beneficios que existen, el resto se pelea por unas pobres ofertas, a veces subvencionadas, otras casi de limosna, otras de ruina total.

Creo firmemente en que hay que estar a la vanguardia de la exploración de nuevas formas, a la vez que se defiende lo que es, en primer lugar de l@s creador@s y de su ámbito de profesión, y en segundo lugar un derecho de acceso para todo el mundo. Creo que hay que acordar las vías de acceso y control por parte de quienes lo llevan a cabo (¡qué crítico volver en estos tiempos a aquello de “la tierra para quien la trabaja”!), y no de quienes desean poseerlo. Creo que hay que alcanzar un acuerdo amplio en el que no haya que poner cada día en redes sociales un “me gusta” con una lágrima a cada comentario de explotación, porque eso sólo convierte en ley la costumbre. Creo que quienes deben ser responsables de lanzarse a cambiar las cosas son sus propi@s protagonistas, y no dejarse guiar ni por padres-Estado, ni por amos del cotarro: de acuerdo con la sociedad y dentro de un marco colectivo, sí, pero sin más renuncias.

Y yo, que no soy más que un observador casi pasivo (o no) de los acontecimientos, veo que el debate está presente, creo que sus integrantes sabrán ponerlo sobre la mesa.

foto representación Ivánoff con público

Pero por fin…

Gracias a La Casa de la Portera por abrir este melón, que pudieron haber roto otros con menos gracia y con otras intenciones. Gracias a sus morador@s por decir “esta es nuestra manera y aquí estamos”, sin obcecarse en nada y sin cerrar la puerta a nadie. Durante este tiempo he podido disfrutar de muchas de las propuestas que han pasado por allí, como también lo hago en otros espacios y formatos. Siempre he agradecido el pequeño mensaje de “cuando puedas ven a ver esto que te va a interesar”, porque casi siempre fue así.

Compartir espacios y experiencias enriquece de una manera increíble y así le ha de ocurrir a todo el mundo en y con nuestras Artes Escénicas.

Me parece que hace tiempo que llegó el momento del debate que, creo, debería tener lugar, porque hay espacios y remedos sin gracia ni decoro, que no deben tener comparación ni con esto que ahora termina, ni con los espacios de formato más convencional. Y eso, sólo puede ir en perjuicio de l@s trabajador@s de la Escena.